“Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. Y Él entró y se quedó con ellos” Lc 24:29
La última amiga que les voy a presentar es Nora, del psiquiátrico que visitamos los viernes. Ella sufre de esquizofrenia y está marcada por una vida muy dura desde su adolescencia. La única visita que recibe además de la nuestra, es la de su prima. Desde el día que la conocí, ella me llamó “Milagritos”, todavía me sorprende que se acuerde mi nombre cada vez que la visito.
Es una mujer muy graciosa, ríe mucho, se pasea por el pabellón donde está encerrada con un bolso atado a su cuello en el que puede haber cualquier cosa que consiga guardar ahí.
Para mí siempre es una gran alegría ir a verla, no porque ella pueda darme algo, sino por su sonrisa y sus fuertes abrazos que me hacen sentir tan cómoda en medio de un lugar donde la humanidad toca fondo, donde se ve hasta donde un ser humano puede llegar, donde la cruz se vuelve muy pesada. Ella siempre nos pide que nos quedemos más tiempo o que regresemos pronto.
Un día apenas me vio corrió a abrazarme, se puso a llorar y me dijo que su prima ya no la visitaba: “Por favor Milagritos no te vayas, no voy a dejar que las enfermeras te abran la puerta”. Este grito: “¡No te vayas!” No hice nada para que ella me pida de quedarme más. De nuevo esta sed, esta necesidad de presencia en el mundo, la humanidad que necesita de alguien más, de alguien que en lo simple nos recuerde que valemos la pena aun cuando nuestras miserias son lo único que vemos, de alguien que se quede con nosotros “un rato más”, mucho más, toda la vida. Deseo que todos descubramos a Cristo siendo esta presencia. Él me hace ver que no soy tan distinta de Nora en cuanto que yo también lo necesito, de la misma manera, necesito que se quede más y más; la diferencia es que no sé si yo soy capaz de gritarle: “Jesús, ¡no te vayas!”.