Quiero hablarles de una gracia que el señor me concede en la misión: la de contemplar los rostros. Todos tenemos un lugar particular donde hallamos la viva presencia de Dios, viendo su dolor, su alegría, la sed de presencia. Dios me ha regalado ese lugar en cada uno de los rostros del barrio. Si ustedes supieran cómo mi alma se regocija y estremece al perderme en cada mirada, en cada sonrisa, en cada belleza, me pierdo en ellos contemplándolos, buscando a Dios, buscando saber más de lo que reflejan y eso sucede en los momentos simples, en los que menos planeo, en la GRATUIDAD: caminando por el barrio, yendo en bus, jugando con los niños, hablando con ellos, acariciándolos, mirándolos detenidamente, viéndolos llorar, viéndolos enojados. Nunca puedo quedarme solo en lo que se refleja en sus rostros mi alma desea descubrir más, porque tiene sed de Dios, es una buscadora de Él… y sus miradas sobre todo, quedan penetradas en mi mente, corazón y alma de manera permanente, no hay nada que las quite de ahí. Esas miradas me sacan de mí, esas miradas me educan, esas miradas me dan la fuerza que no tengo, esas miradas me dan vida, me dan luz, me dan esperanzas, en esas miradas se da Cristo cada día… porque son su vivo reflejo. Nunca pensé que un rostro podría dar tanto sentido a mi vida, hasta que descubrí a Dios en ellos… Son las cosas sencillas, no hay nada extravagante ni de otro mundo. Es la sencillez la que se gana mi corazón…