Berta, en toda su sencillez es un gran ejemplo para mí, ella nunca deja de estar entregada al cien por cien a cuidar del bienestar de su “nieto del corazón”, muchas veces descuidándose ella misma.
Casi cada mañana, Berta golpea nuestra puerta justo a la hora del desayuno, donde siempre tiene un lugar asegurado. Es más, desde hace ya tiempo me acostumbré a poner una taza extra en la punta de la mesa y de comprar un pancito extra por si este día tenemos la suerte de que toque a nuestra puerta, en su visita obligatoria en su paseo de cada día.
Ella siempre tiene algo para contarnos, alguna cosa buena que le pasó en estos días, tal vez algo no tan bueno o simplemente nos pide un consejo sobre algo que “le quita el sueño” como ella suele decir.
Su confianza con el Punto Corazón y con cada voluntario realmente me conmueve, porque no importa si el voluntario es nuevo o tiene ya un año de misión, todos los “hermanitos del Punto” son su familia y ella siempre nos le hace saber.
Berta no tiene una vida extraordinaria, no hace cosas increíbles, pero todo aquel que realmente la conozca y sea su amigo puede ver claramente la presencia de Dios en su vida, cómo Él intercede notablemente a su favor, cómo la cuida a ella y a quienes ella cuida.
Sigo dando gracias a Dios por tener la posibilidad de poder conocer a personas como Berta, que a simple vista pueden pasar desapercibidas en la calle y que generalmente la velocidad de nuestras vidas no nos dejan detenernos para realmente conocerlas. Esa es la gracia de esta misión, tener este tiempo para conocer a nuestros vecinos y llegar a ser amigos, basados en la confianza mutua y en Dios sobre todas las cosas.