Cuando llegué a Sembrando me preguntaba cuál era mi tarea, no sabía bien qué decir o hacer, fue entonces que Dios me mostró el rostro de Ana. Ella es una señora un poco mayor, que se encuentra postrada en su cama y que no puede hablar. Cuando me acerqué a ella no sabía qué hacer. Solo pude decirle mi nombre y que soy de Puntos Corazón, pero me di cuenta de que ella prestaba mucha atención cuando le hablaba. Fue así como le mostré mi rosario, le dije que con él le rezaba a la Virgen y que iba a rezar por ella. Quedé muy sorprendida porque no apartaba su mirada del rosario, era como si nada más existiera en la habitación y así estuvimos un rato, en silencio, hasta que se quedó dormida mirando el rosario.
Gracias a Ana aprendí que muchas veces no necesito decir o hacer algo, que solo la presencia basta. Aprendí que el silencio es una forma diferente de comunicarse, aprendí otro tipo de idioma, aprendí el idioma del amor.
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