La primera semana que llegué hicimos un campamento con los varones, de entre 8 y 12 años, que se portaron muy bien y disfrutaron de todo lo que se les propuso, viviendo en su propia esencia de niños. Obvio que pelearon un poco, pero siempre todo termina siendo un aprendizaje nuevo para ellos, porque aprenden a perdonar y volver a empezar.
Fuimos a un complejo muy lindo, con pileta, gracias a una generosa donación que recibimos y que decidimos destinar a la felicidad de nuestros pequeños para que puedan disfrutar de la naturaleza, jugar al fútbol… También hicieron cada uno sus rosarios, que hasta el día de hoy llevan consigo, con mucho respeto y con el cual rezan en nuestra casa. Cuando ven que estamos rezando y quieren entrar con nosotros, reaccionan con un “Uy! Pará que voy a buscar mi rosario”. Es hermoso verlos vivir con esa conciencia, con ese respeto.
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