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Foto del escritorPauline, de misión en Brasil

Estábamos justo donde debíamos estar

Pauline y una niña

Doña Nilda vivía en nuestra calle y pasaba la mayor parte del día sentada frente a su casa, mirando a la gente pasar. Nos deteníamos a conversar un instante o a veces por más tiempo, y habíamos celebrado su cumpleaños en su casa hace unos meses. Vivía sola y había dejado el alcohol hace algunos años. Sus hijos viven en São Paulo y tenía poco contacto con ellos. Un lunes por la tarde, cuando salíamos de visita, en el camino nos encontramos con el señor Carlos, quien nos dio la noticia de su fallecimiento. No sabiendo cuándo sería el entierro, fuimos a la casa de su vecina. Encontramos sentado en una silla al esposo de Doña Cecilia, como si nos estuviera esperando pues nos dijo que el entierro era a las 14:30 y que su esposa ya estaba allí. Como el cementerio estaba muy cerca, nos dirigimos rápidamente hacia allá. Finalmente, el ataúd tardó en llegar. Éramos quince en total. A su llegada, la velamos un breve instante: sin ceremonia, ni sacerdote, la familia nos pidió si podíamos rezar. Nuestra presencia era providencial, estábamos exactamente donde debíamos estar.


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