En el barrio conocemos a muchas familias vulnerables y en situación de pobreza, pero sin dudas una de las que más me impactó fue la familia de Lito. Él es un niño de unos ocho años que, al igual que su mamá Nancy, sufre de una discapacidad intelectual y falta de estimulación en el habla. Es un pequeño bastante tímido. Tiene una sonrisa preciosa, aunque es difícil hacerlo sonreír, y le gusta jugar con la pelota, o con cualquier objeto que simule ser una pelota. Su familia se dedica a reciclar plástico, vidrio, papel y metales de la basura, para solventarse económicamente.
Hace unas semanas fue el cumpleaños de su mamá, por lo que pensamos que sería un lindo gesto ir de sorpresa y llevar una torta para que festejen. Al llegar a la casa, nos encontramos con la clásica escena de ellos trabajando y, al felicitar a la cumpleañera, me sorprendió que, ni ella ni su familia, no sabían que era el día de su cumpleaños. Aun así, Nancy se mostró muy feliz.
Este hecho me dejó reflexionando. Si no hubiéramos ido ese día, ella no habría sabido de su nuevo año de vida. Pienso que festejar el cumpleaños de nuestros amigos es un gesto simple de nuestra parte, pero ese día comprendí lo valioso que puede ser el ir a visitarlos y llevar una tortita, el recordar esa fecha especial. Junto con el festejo, también se hace presente el hecho de reconocer la dignidad de la persona, saberla valiosa para nosotros, y sobre todo dar gracias por el don de su vida y por su amistad.
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