Resulta imposible describir en palabras lo grandioso y magnífico que puede volverse un momento tan simple y sencillo como compartir la fe y la vida con amigos del barrio. Con personas que en poco tiempo se convierten en maestros y ejemplos de vida y nos brindan lo mucho o lo poco que tienen. Inefable también describir la manera en que tantos rostros, nombres, momentos y vivencias se quedan grabados en nuestro corazón para siempre, con la certeza de saber que jamás los olvidaremos y nos olvidarán. Y que no existe distancia ni circunstancia que pueda romper o quebrar los lazos que se han fundado gracias a una amistad gratuita y sincera proveniente, primeramente, de una amistad con Cristo Jesús y luego hacia nuestros hermanos.
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