Astou Fall es musulmana. Ella habla poco francés y yo poco wolof, pero nos entendemos por signos y mímicas. Tiene 22 años y se dedica a coser y bordar. Es sencilla y buena, pequeña, fuerte y muy guapa. Voy a menudo a su casa a visitarla y cuando llego me saluda por mi nombre, me da un beso y me ofrece sentarme en su cama, porque aquí, como las habitaciones son muy pequeñas, no hay sitio para sillas. Nos volvimos más cercanas desde que le ayudé a vender agua. Ya la he invitado a ella y a sus hermanas a ver una película y ellas me han invitado a pasar el Korité (la gran fiesta musulmana que marca el final del Ramadán) en su casa. Fue un muy bonito día, porque cuando pasaba por el porche de entrada de la planta baja donde viven, su madre me agarró, se puso a bailar conmigo y me levantó del suelo con sus fuertes brazos.
Lo que me sorprende de Astou es que su amistad para mí es un misterio y un regalo, porque apenas nos entendemos y venimos de dos mundos diametralmente opuestos.
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