El pueblo filipino, ha sufrido mucho y sufre constantemente, desde guerras hasta problemas ambientales que destruyen todo en segundos. Pero mi corazón siempre guardará las miles de sonrisas que me han regalado. Un filipino, sin sonreír, no es filipino.
La pobreza abraza este país, y ellos abrazan la pobreza.
Nunoy, un pequeñito que vive en la montaña de basura con su familia y quien ayer no se apartó de mí, sonriendo.
Georgette, quien cuida orgullosamente a su hermanita pequeña, con una gran sonrisa y una loca alegría que contagia.
Mayo, un niño que ama dibujar y que vende “maís con keso” (granos de choclo en salsa de queso cheddar), para ayudar a su familia con algunas monedas. Mayo jamás borra su sonrisa.
Este lugar es para mí, un pedacito de cielo, donde aprendo a sonreír, y a recordar que las comodidades no son nada, porque Jesús me sonríe en cada uno de ellos y ellos, no anhelan tenerlo todo, porque tienen el hoy, y se tienen hoy. Y aprendo con ellos que la única riqueza que vale la pena es la de tener a Jesús en medio de nosotros.
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