El miércoles 21 de febrero, me encontré con 13 jóvenes caras de niñas y adolescentes, expectantes alrededor de una mesa, grande del comedor. El cuento que nos convocaba, Pajarito remendado, de Gustavo Roldán, nos permitía hablar de la experiencia concreta que estaban realizando en esos días, como por ejemplo el canto de los pájaros por la mañana temprano, el haberlos visto picoteando, buscando su alimento en el enorme patio, sus diferentes colores, sus nombres.
Cuando le contamos un cuento a un chico, estamos dejando inauguradas algunas cosas; se movilizan experiencias propias y profundas acerca de nuestras vivencias; la existencia de otros mundos imaginarios, a los que se pueden ir de visita, se crean puentes de significados y sentidos, de identificaciones.
Ojos grandes, escuchando, siguiendo atentas el vuelo imaginario, relación que se establece en los gestos, miradas, silencios, movimientos y emociones que van interactuando. Luego la posibilidad de crear nuestro propio Pajarito Remendado, poner en papeles y colores, aquello que imaginamos.
Manos en la tarea compartiendo papeles, lápices, tijeras, colores, ayudas entre unas a otras y en un momento, se pobló de pájaros el comedor. Por supuesto, salieron a volar al patio, con toda la alegría de transformar el mundo.
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