De Macarena Gómez, Perú:
Fue un día de descanso que decidimos acompañarlo desde temprano, sabiendo que su salud desmejoraba. Dios puso en nuestro camino grandes amigos que lo asistieron con cuidados médicos, ante la falta de respuesta de los centros de salud que se encuentran saturados.
Pasado el mediodía, un sacerdote se acercó a darle los sacramentos. Fuimos testigos de cómo, aunque su cuerpo se debilitaba, su espíritu se hacía cada vez más fuerte. Por la tarde, llevamos nuestra radio para compartir con él la misa, como aquel día que lo conocí. Al caer la noche, nos reunimos en comunidad para rezar al pie de su cama la coronilla de la Divina Misericordia. Al ritmo que apartábamos las cuentas del rosario sus signos vitales se fueron apagando lentamente. Comprendimos enseguida que Dios lo amaba mucho y que lo había recibido en su casa. A pesar de recorrer gran parte de su vida en soledad, se fue rodeado de amigos. Verlo partir en paz, eso no tiene nombre, nos encontró de lleno con El Misterio y aún resuena en lo profundo del corazón. En la inmensidad de su misericordia, Dios quiso reservarnos el hermoso regalo de estar presentes, mientras nuestro amigo retornó a un puerto seguro en los brazos del Padre.
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