Un sábado, de camino a visitar unos amigos, me paro ante un puesto de flores delante de una parroquia de Parque Patricios. Allí me encuentro con Gustavo. Lo conocemos desde hace años, pero con la pandemia lo habíamos perdido de vista. Nuestro amigo pasa su día sentado en su silla de ruedas mendigando enfrente de este templo. Converso con él y me pide noticias de personas que conocemos en común. Compro mi ramo de flores a su vecino y al momento de despedirme me mira fijamente y me dice: no te vayas tengo algo para decirte. Tomando un aire de profeta me recita una frase del evangelio: "el que quiera seguirme que cargue con su cruz…" haciendo un largo silencio agrega con una sonrisa de oreja a oreja: "pero con alegría". Viniendo de él y en la situación en la que se encuentra, me digo que tiene todo el derecho de anunciarme esta palabra, de recordarme lo esencial del mensaje cristiano pues su larga vida de sufrimiento no le impide vivir con alegría un cotidiano muy difícil. Cual no fue mi sorpresa al mirar el evangelio del domingo y ver que era exactamente ese que Gustavo me acababa de recitar.
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