De Jazmín Villalba, Filipinas:
Yann, fue uno de los primeros niños que conocí, y me llamaba la atención porque no hablaba, hasta que me dijeron que dejó de hacerlo cuando su padre falleció. Sin embargo, las palabras que no decía, se transformaban en largos y fuertes abrazos. Los primeros días después de volver de Pangasinan, llegó a la casa y saltó a mis brazos diciendo “¡Ate Jazmín!” Con una gran sonrisa y una mirada con la que me llenaba de amor.
A Yann le encanta leer, y pasa horas haciéndolo en nuestra casa. Me atrevo a decir que se conoce todos los cuentos que tenemos y aun así, con una voz suave y muy despacito, los lee, presta atención a los dibujos, los descubre una vez más y puedo ver cómo sus ojos se llenan de asombro y se maravilla como si fuera la primera vez.
Una tarde, la casa estaba llena de niños, y yo no había dormido la siesta (la siesta es intocable), me dolía la cabeza y hacía muchísimo calor. Entre todos los niños, veo en un rincón a Yann, que al verme viene hacia mí, me pide que lo abrace y al hacerlo, pude darme cuenta que tenía fiebre. Como les dije, es mi pequeño gran maestro, en ese momento solo pude pensar en él, en lo que él necesitaba y como yo podía dárselo. Le pedí a la Virgen María que me ayude, que interceda por mí porque ella como nuestra madre, conoce como nadie a sus amados hijitos, le pedí que yo sea en ese momento, lo que Yann necesitaba.
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